La rosa estaba enferma, y sonriendo murió;
y, siendo santificada,
junto al lecho suspiraba
la dulce hermandad floral.
Unas bajaban la cabeza, mientras otras llevaban
agua de la fuente para lavarla.
Unas la extendían, y otras lloraban,
pero todas solemne ayuno guardaban.
Las santas hermanas entre varias
las sagradas elegías y trenos cantaban.
Pero ah, ¡qué dulzuras se olían por doquier,
cual si el cielo hubiera vaciado sus todos los perfumes allí!
Al fin, cuando las oraciones fúnebres
y los ritos fueron completados,
llorando extendieron una tela herbosa
y la cubrieron como en una tumba.
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