domingo, 10 de agosto de 2014

La Defensa De Ginebra (William Morris)

Encontré el otro día este maravilloso poema sobre el ciclo artúrico y como ya era demasiado tarde para ponerlo en el Especial Ávalon que hice el mes pasado, pues quisiera compartirlo con vosotros/as ahora, espero que os guste.
En el poema, Ginebra relata la historia de su ruptura con Lancelot. La Corte y los Nobles que la rodean hacen pensar que se encuentra en un juicio por adulterio.
A medida que transcurre el poema, Ginebra describe vivamente no solo sus actos, sino también sus emociones.
Gawain hace del fiscal.

Pero, sabiendo que querrían escucharla,
echó hacia atrás sus húmedos cabellos.

La mano en su boca, rozando apenas su mejilla,
como si hubiera recibido allí un golpe vergonzoso.
Avergonzada de no sentir otra cosa que no fuera vergüenza
en su corazón, y sin embargo, sintiendo que sus mejillas ardían tanto.

Que debía tocarlas; y como un rengo
se alejó de Gawain, con su cabeza
aún erguida; y sus mejillas ardientes.

Las lágrimas se secaron pronto; finalmente se detuvo y dijo:
Oh, Caballeros y Señores, parece tal vez tonto
hablar de cosas conocidas hoy pasadas y muertas.

¡Dios, que puedo decir, he actuado mal,
y ruego a todos el perdón de corazón!
Ya que vosotros debéis tener razón, tan grandes Señores, así y todo...

Oid, suponed que ha llegado la hora de vuestra muerte,
y estuvieráis muy solos y muy débiles:
y estaríais muriendo mientras...

El viento está agitando la alameda, está agitando
la corriente del río que atraviesa bien vuestras amplias tierras:
Imaginad que hubiera un silencio, y que entonces alguien hablaría.

Una de las telas es el cielo, y la otra el infierno,
elige para siempre un color, cualquiera de los dos,
yo no te lo diré, tú de algún modo tienes que decirlo.

¡Tú debes darte cuenta por tu propia fuerza y por tu propio poderío!
Sí, sí, mi señor, y al abrir los ojos,
al pie de tu cama familiar verías...

Un gran ángel de Dios de pie, y con tales matices,
desconocidos en la tierra, en sus grandes alas, y manos
extendidos en dos direcciones, y la luz de los cielos ulteriores.

Mostrándolo bien, y haciendo que sus órdenes
parezcan además las órdenes de Dios,
sosteniendo con las manos las telas en dos varas;

Y una de esas extrañas telas era azul,
larga y ondulada, y la otra breve y roja;
ningún hombre podría decir cuál era la mejor de las dos.

Luego de una trémula media hora dirías
¡Dios me salve! el color del cielo es azul. Y el ángel dice: Infierno.
Entonces tú te debatirías tal vez sobre tu lecho.

Y dirías a todos los buenos hombres que te quisieron:
¡Ah Cristo! Si sólo hubiese sabido, sabido, sabido;
Lancelot se alejó, entonces pude entender,

Como los más sabios de los hombres, como serían las cosas, y lamentar,
y revolcarme y lastimarme, y desear la muerte,
y temerle al mismo tiempo, por lo que habíamos sembrado.


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