Todo recuerdo es triste. Incluso la evocación de un momento de felicidad sólo sirve para recordarnos que ese instante ha pasado, y aunque podamos encontrar consuelo en sus ecos, jamás volverá a repetirse en sus infinitas sutilezas.
La Soledad es uno de los estados menos deseables, y el que más a menudo suele atormentar a cualquier persona sensata. La tristeza y el abatimiento ante la idea de una soledad pegajosa, ensañada cruelmente con nosotros, sólo son reflejos de un dolor más profundo, cuyo rostro tiene un detalle particular para cada uno de nosotros.
¡Oh, Soledad! Si contigo debo vivir,
Que no sea en el desordenado sufrir
De turbias y sombrías moradas,
Subamos juntos la escalera empinada;
Observatorio de la naturaleza,
Contemplando del valle su delicadeza,
Sus floridas laderas,
Su río cristalino corriendo;
Permitid que vigile, soñoliento,
Bajo el tejado de verdes ramas,
Donde los ciervos pasan como ráfagas,
Agitando a las abejas en sus campanas.
Pero, aunque con placer imagino
Estas dulces escenas contigo,
El suave conversar de una mente,
Cuyas palabras son imágenes inocentes,
Es el placer de mi alma; y sin duda debe ser
El mayor gozo de la humanidad,
Soñar que tu raza pueda sufrir
Por dos espíritus que juntos deciden huir.
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