Ana María Lenormand nació en la ciudad de Alençon (Normandía).
Era una mujer pintoresca que nunca pasaba desapercibida. Se ocupó personalmente de su fama, publicando artículos y panfletos en periódicos de París, e incluso difundiéndolos ella misma cuando el dinero escaseaba. Pronto entendió que para captar potenciales clientes, lo mejor no era utilizar un lenguaje académico, sino una suerte de fragmentarias autobiografías sobre los sucesos misteriosos que vivió desde que descubrió su don.
Cuando obtuvo una clientela selecta, estos fragmentos fueron retirados del mercado editorial y eran entregados en persona, a las personas que conformaban su grupo íntimo.
Su nombre adquirió poder e importancia cuando se convirtió en la Bruja de cabecera de la emperatriz Josefina, esposa de Napoleón Bonaparte.
Lo cierto, es que Ana María Lenormand era analfabeta. Se obsesionó con las cartas del Tarot, y creyó que solo a través de ellas podía alcanzar la fama que tanto deseaba.
Se dedicó día y noche a leer las cartas por encargo. Su obsesión la llevó a estudiar todo el material disponible sobre aquellas artes adivinatorias, y pronto adquirió conocimientos muy respetables, e incluso intimidantes.
El lugar donde desarrollaba sus dotes proféticas era una sala de mala muerte, donde conoció a la viuda de Beauharnais, una muchacha criolla a la que le habían profetizado el trono del mundo. Esta muchacha acababa de casarse nuevamente, esta vez con un joven oficial de apellido Bonaparte.
Ana María Lenormand se convirtió en la tarotista oficial de la pareja, que por entonces, no preveía un futuro venturoso. La única aspiración del joven Bonaparte era servir en Córcega y ganarse la vida honradamente dentro del ejército. Pronto la sibila se informó de aquella profecía sobre un reinado mundial, y elaboró sus "visiones" tratando de confirmarlas.
Con el tiempo, el joven Bonaparte se convirtió en cónsul, y la viudez de su clienta fue sepultada oficialmente. Desde entonces, se la conoció como Josefina.
Ya en su cargo de emperatriz, Josefina nunca abandonó a Ana María Lenormand; sino que la adoptó bajo comisiones abultadas, haciéndole ganar bastante dinero. Pronto se tejieron extravagantes conjeturas sobre su persona. Todos la consideraban un fraude, incluso ella misma se veía a sí misma como una estafadora, hasta que una investigación casual dio cuenta de que su talento poseía matices tan genuinos como aterradores.
Se descubrió que cierta vez, Ana María Lenormand, recibió a tres muchachos que fueron a consultarle sobre el futuro que les aguardaba. Para salir del paso, la sibila les predijo que los tres sufrirían una muerte violenta, que uno de ellos tendría funerales fastuosos y que los otros dos serían condenados por la opinión pública.
Esta imprudencia profética cayó en el olvido hasta que los apellidos de aquellos tres muchachos cobraron notoriedad unos meses después. Sus nombres eran Jean-Paul Marat, periodista y activista en la Revolución Francesa, que ayudó a consolidar el Reinado del Terror elaborando listas negras hasta que fue apuñalado; Maximilien François Marie Isidore de Robespierre, abogado y líder de la Revolución que fue guillotinado; y Louis de Saint-Just, cuya vida fue cortada bajo la misma guillotina en la que cayó su camarada Robespierre.
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