La hermosa princesa Talía (era el verdadero nombre de la princesa, y no Aurora), pero ya pesaba sobre ella una maldición. Los sabios lo dijeron: "la vida de la niña peligra si se acerca a una rueca de lino".
De nada sirvió que sus padres la protegieran y prohibieran el lino y el cáñamo en el reino; al cumplir los quince años, Talía se pinchó en un dedo, se clavó una astilla y cayó en un sueño tan profundo que sus padres la dieron por muerta.
Abrumados por la pena, abandonaron el castillo y la dejaron allí dormida, sobre un lecho de piedra.
Las enormes salas se llenaron de musgo, y las zarzas empezaron a rodear los muros de edificación. El silencio se cernió en el reino abandonado, hasta que un rey solitario en un día de caza llegó a sus fronteras y descubrió a una hermosa muchacha dormida.
Hasta aquí a excepción de algunas variaciones, más o menos es el cuento que conocemos, pero a partir de aquí, el cuento cambia:
El rey era bastante perverso, cuando se encontró a aquella hermosa doncella quinceañera de piel pálida en su alcoba, aprovechó que estaba indefensa (quizás muerta) y la violó. Cuando se desahogó, se volvió a su castillo con su mujer.
Talía tuvo la mala suerte de quedarse embarazada y nueve meses después, mientras la hierba salvaje seguía creciendo en los fosos, parió a sus hijos, Sol y Luna.
Los niños querían mamar y como no podían alcanzar los pechos bajo el corpiño de su madre, mordieron el dedo en el que se alojaba la maldita astilla y la sacaron. Así, Talía despertó.
Entonces, la mujer del rey pedófilo, en vez de repudiar a su marido, mandó raptar a los niños para cocinarlos. Suerte que tenía un cocinero piadoso que puso dos pollos en su lugar, y salvó a los pequeños.
No contenta con comerse a unos bebés, la reina mandó quemar viva a Talía. Su marido, que debía de haberse dado cuenta de las barbaridades que estaba haciendo, dijo que si había que echar a alguien a la hoguera, mejor que fuera a la despiadada reina.
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