Inés era la hija de una familia gallega muy poderosa, la Casa Castro. El príncipe Pedro I de Portugal, se enamoró ciegamente de Inés de Castro y llevados por la pasión, se casaron de forma secreta sin que tan siquiera el padre de Pedro, el rey Alfonso IV, lo supiera. A partir de entonces, la vida de Inés y Pedro se convirtió en una historia de amor y trágica de las más bellas de todos los tiempos.
Cuando Alfonso IV se enteró del casamiento y temiendo posibles complicaciones políticas que se podían presentar por la enemistad de la familia de la joven con otras familias importantes, inventó cargos contra la joven, que fue juzgada, hallada culpable y decapitada.
Cómo era de esperar, el príncipe Pedro I se enfureció al enterarse de la noticia de la muerte de su amada y, guiado por el odio a su padre y a todos los implicados, comenzó una guerra civil que no terminó hasta la muerte del rey.
Al alcanzar el trono, ahora el rey Pedro I, decidió desenterrar el cuerpo de su amada y arrancar el corazón de sus verdugos y a todas las personas implicadas en su asesinato. El cuerpo muerto de Inés fue colocado en un trono y coronado como reina consorte. Se dice que todos lo altos mandos y dignatarios del país tuvieron que hacerle reverencia, besándole la mano y tratándola como si estuviera viva. Inés de Castro fue con toda probabilidad la única reina que gobernó muerta.
Mas tarde, el rey Pedro I celebró unos funerales en recuerdo de su esposa y mandó construir una tumba de mármol blanco con una figura de la reina coronada. Pedro ordenó antes de su propia muerte, situar su sepultura justo en frente de la de Inés, haciendo que los pies de ambos se tocaran. Quería que su amada Inés fuera lo primero que viera el día de su resurrección.
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