Las ciudades europeas vivían durante el Carnaval un frenesí de bailes de disfraces en los que todo estaba permitido.
Muchos viajeros que llegaban a Venecia en la época de Carnaval quedaban asombrados por el uso generalizado de las máscaras. Se decía que había madres que hasta ponían un antifaz a sus bebés. Todos iban así vestidos por las calles, a las casas de juego, a los teatros y también a los bailes que algunos particulares organizaban y que constituían una de las diversiones más concurridas.
La moda de las máscaras se difundió por toda Europa, sobretodo en la forma del baile de máscaras. En París, desde principios del siglo XVIII, el Carnaval se convirtió en una sucesión de bailes de disfraces que daban diversión a miles de personas durante noches enteras.
Los grandes aristócratas organizaban en sus palacios espléndidos bailes a los que asistían cientos de personas, a veces miles, todas con máscaras y los más variopintos disfraces. En 1.714, el Duque de Berry ofreció bailes a lo largo de tres meses en los que todo era majestuoso. Otros bailes eran los que organizaban el Duque de Borbón-Condé, el Príncipe de Conti, la Duquesa de Maine, el Embajador de Sicilia y el de España, que era el Duque de Osuna y ofrecía bailes dos veces a la semana en los que gastó sumas inmensas.
En algunos bailes el acceso era libre, de modo que las salas estaban abarrotadas. En otros se requería invitación o bien se cerraban las puertas cuando el recinto se llenaba. Como estos bailes particulares no colmaban la demanda de diversión de los parisinos, el Duque de Orleans aprobó la creación de un baile público, llamado "el baile de la Ópera" porque se celebraba en el teatro de la Ópera. El edificio se habilitaba elevando el parterre para ponerlo a la altura del escenario; así, la capacidad era muy superior a la de los palacios. Durante la temporada de Carnaval había baile de la Ópera tres días a la semana (lunes, miércoles y sábado), y la entrada tenía coste.
La gente derrochaba dinero para la elección de las máscaras y los disfraces con los que acudían a los bailes.
A falta de disfraz extravagante se llevaba el dominó, un vestido talar con capucha que cumplía la función de ocultar la identidad. Los bailes empezaban a estar animados a medianoche y se prolongaban hasta la salida del Sol o más allá. Las salas estaban muy iluminadas; la sala de la Ópera contaba con decenas de lámparas, además de candelas y farolillos en bastidores y pasillos.
En la misma sala, la orquesta compuesta por treinta músicos, se repartían a ambos extremos, después de tocar una sinfonía para dar inicio al baile. Se bailaban las danzas de moda en la época.
A menudo debía de resultar muy complicado dar un paso de baile en salas que estaban a rebosar. Aún así, a la gente le gustaba el apelotonamiento.
Los bailes de máscaras contaban con un servicio de vigilancia. El Duque de Berry en los bailes que organizaba tenía siempre a sus guardias a disposición. En cambio otros descuidaban estos aspectos y entonces sucedían "cosas horribles". Por temor a estos incidentes las mujeres acudían siempre acompañadas, aunque no necesariamente por sus maridos o prometidos. Gracias a la máscara cualquiera podía aventurarse en un baile sin temor a ser reconocido, en busca de las emociones que se asociaban con el Carnaval. Las diferencias sociales no importaban, aunque, los gestos y el modo de hablar delataban la clase social de cada uno, al menos entre mujeres. Los bailes de máscaras daban pie a toda clase de aventuras galantes.
En 1.781, un incendio arrasó el teatro de la Ópera, lo que obligó a cambiar la sede del gran baile de máscaras de Carnaval. Al estallar la Revolución Francesa, las máscaras fueron prohibidas y se rompió la tradición de los bailes de Carnaval.
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