Tras vivir marginada en su juventud, con 37 años subió al trono de Inglaterra y se casó con Felipe II de España. Pero su breve reinado dejaría un amargo recuerdo...
La vida de María Tudor estuvo marcada desde un principio por la fatalidad. Sus padres, Enrique VIII y Catalina de Aragón, habían esperado un varón que asegurara la sucesión al trono, pero María fue la única hija que tuvieron. Once años después del nacimiento de María y al no poder garantizar su descendencia, Enrique VIII pidió a Roma la cancelación de su matrimonio con Catalina. Pero el Papa se negó, por lo que Enrique VIII optó por contraer matrimonio con Ana Bolena con la que tuvo a la futura Isabel I.
La separación de sus padres le ocasionó a María Tudor un gran pesar y frente al dilema de seguir el protestantismo de su padre o inclinarse por la fe católica de su madre, decidió por mantenerse fiel a su madre. Tuvo que renunciar al título de princesa y un año después, la ley del Parlamento inglés la despojaba de la sucesión en favor de la princesa Isabel. María, por su parte, continuó apoyando a su madre.
Ante la posición religiosa adoptada por Inglaterra (protestantismo), los acontecimientos no se hicieron esperar: la Torre de Londres se llenó de prisioneros que desobedecían el régimen impuesto. La ejecución de Ana Bolena mitigó el ambiente enrarecido; pero la nueva esposa de Enrique VIII, Juana Seymour, logró que María capitulara y jurara las nuevas leyes religiosas con la consecuente marginación de la joven Isabel.
Fruto entre el matrimonio de Enrique VIII y Juana Seymour, nació Eduardo, que fue designado el heredero de la corte. Pero Eduardo VI murió y María ocupó el trono con el deseo de ser fiel a la religión de su madre; un gesto de esperanza para los católicos ingleses. María se fijó en el príncipe Felipe, hijo de Carlos V, y tras muchas dificultades finalmente el Parlamento aprobó la boda.
El matrimonio transcurrió en un clima sosegado pero entonces María emprendió una feroz represión contra todos aquellos contrarios a la reinstauración del catolicismo, condenando a la hoguera a 273 personas. La historiografía protestante decidió apodar a la reina como "Bloody Mary" (la sangrienta María).
Muchos de aquellos perseguidos eran viejos conocidos de la infancia de María. Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury, fue objeto de un proceso para privarle de su diócesis y posteriormente fue condenado a morir en la hoguera. Se trataba de una persecución religiosa en toda regla, pero también de los esfuerzos de la reina por acabar con sus enemigos políticos.
Felipe II apoyó en todo momento a su esposa e intentó congraciarse con sus súbditos repartiendo mercedes entre los nobles leales a la causa católica y organizando justas y torneos para el entretenimiento popular. Sin embargo, el matrimonio se tornó en una experiencia triste cuando se fueron acumulando una serie de embarazos psicológicos o fallidos que hicieron imposible que naciera un heredero.
Inglaterra perdió la Isla de Calais de manera sorpresiva. María quedó tan destrozada por esta derrota que predijo que la palabra "Calais" aparecería a su muerte grabada sobre su corazón.
Triste y supuestamente embarazada de nuevo, la reina reclamó en esos días la presencia de su marido, que recibió la noticia con alegría pero poco hizo por desplazarse a Londres. Tras aceptar que se trataba de un nuevo embarazo falso, la reina cayó en un estado depresivo.
María hizo testamento designando sucesora a su hermanastra Isabel con la esperanza de que abandonase el protestantismo; unos días después falleció a los 42 años de edad. Cualquier posibilidad de que el catolicismo volviera a ser mayoritario en Inglaterra en el futuro, pereció con la muerte de María.
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