Las Perisas pertenecen a una especie de Hadas que surgieron en la época del Zoroastrismo, relacionadas con las Torres del Silencio (edificios funerarios de la religión zoroástrica), donde los cadáveres de los ejecutados se descomponían lentamente al aire libre.
Hay que decir que el Zoroastrismo considera al cadáver humano como un objeto impuro, por lo cual se prohíbe que entre en contacto con los elementos puros de la tierra, por ejemplo, el fuego.
Por esta razón, los cuerpos eran depositados en estas llamadas Torres del Silencio, edificios donde la carne corrupta era consumida por los buitres y los vientos áridos del desierto.
Los restos de estos festines normalmente eran dispersados por el viento, lo cual sería una verdadera desgracia si no existieran las oficiosas Perisas. Estas Hadas se encargan de que el proceso de putrefacción no altere el normal comportamiento de la tierra, en definitiva, la fuente nutricia de todos los seres vivos. Con el tiempo, las Perisas fueron abandonando paulatinamente su oficio sepulcral para optar ocupaciones más espirituales.
Ya no se las vio revoloteando por las torres y aspirando las cenizas de los cadáveres, sino como intermediarias entre las ansiedades humanas y su destino final.
Desde entonces, las Perisas custodian el paso de la muerte, es decir, los primeros instantes donde el alma desencarnada atraviesa los velos de una confusión tan fuerte que, en primera instancia, lo hace a dudar sobre su condición de espíritu.
Las Perisas acompañan pacientemente al espíritu en su transición desde lo burdo y finito hacia lo desconocido. Tal vez por eso en la Edad Media se las conoció como las "Hadas de la muerte".
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