Este poema refleja una de las mayores obsesiones del poeta: la muerte. Es un poema sobre el miedo que nos producen los cambios, siendo la muerte el último e irrevocable cambio que experimentaremos en la vida.
Cualquiera que sea capaz de evocar a la muerte con tanta claridad y belleza, está más vivo de lo que muchos optimistas podrían jactarse.
Todas las cosas morirán,
El río azul claramente derrama su corriente
bajo mi ojo.
Cálido y amplio, el viento del sur
arrasa los cielos;
Una tras otra, las blancas nubes son derretidas.
Cada corazón que esta mañana late con pasión,
lleno de precaria alegría,
algún día, sin embargo, morirá.
La corriente dejará de fluir,
La brisa cesará su canto,
Las nubes no flotarán,
El corazón ardiente callará,
pues todas las cosas morirán.
Todas las cosas morirán.
La primavera será tempestad;
¡Oh, vanidad!
La muerte aguarda en el umbral.
¡Mira! todos nuestros amigos
abandonan el vino y la alegría...
Nos llaman, debemos ir.
Yace abajo, bien abajo.
En la Oscuridad debemos reposar.
Las risas alegres permanecen graves;
y el canto de las aves,
o el viento sobre la colina,
no volverán a ser oídos.
¡Oh miseria!
¡Escuchen todos! la Muerte nos llama
mientras derramo mis versos.
La mandíbula cae,
La mejilla cálida empalidece,
Los fuertes brazos se abaten,
El hielo y la sangre se mezclan,
La mirada se vuelve rígida;
Nueve veces la campana resuena:
Vosotras, almas alegres, adiós.
La vieja Tierra nació,
como los hombres saben,
en años perdidos.
Pero la vieja Tierra morirá.
Dejad entonces que el cielo ruja
y que las azules olas azoten la costa.
Nunca veremos a través de la eternidad,
todas las sutilezas que nacen,
algún día ya no serán,
pues todas las cosas morirán.
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