Su consorte es Maju o Sugaar, sus asistentes las Sorginas, y tiene dos hijos: Mikelatz (el hijo malvado) y Atarrabi (el hijo bueno), que siempre están enfrentados como representación Paleocristiana del bien y del mal. En la cueva de Amboto es donde recibe a sus fieles los cuales deben de guardar un estricto protocolo: Se le debe de tutear, hay que salir de la cueva de la misma forma que se entró y no hay que sentarse nunca, incluso recibiendo la invitación a hacerlo, mientras se habla con ella.
Mari es la señora de la tierra y los meteoros. Tiene el dominio de las fuerzas del clima y del interior de la tierra. Entre sus misiones está castigar la mentira, el robo y el orgullo. De ella proceden los bienes de la tierra y el agua de los manantiales.
Con los hombres se comporta de forma tiránica, o todo lo contrario, los llega a enamorar mostrándose como una mujer dócil y trabajadora, pero siempre con el fin de impartir justicia por medio de la regla del no: si mientes, negando que posees algo que sí es tuyo, Mari te lo quita. Así efectivamente ya no lo tienes y se produce dicha justicia. También, presagia las tormentas y determina el clima. Además, se la conoce por su capacidad de volar. Cuando está en su morada de Amboto, la cumbre está entre nubes, esto es la manifestación de su presencia.
Mari se bebe la vida de los hombres y los hace infelices. Mientras que, en la Mitología Aragonesa es todo lo contrario, es un ser benéfico que ayuda a los humanos.
Una de las leyendas más importantes dice que Mari habita y es vista en todos los montes vascos. Es la encargada de llevar el buen y el mal tiempo de un lado a otro en el País Vasco y se cuenta que cuando Mari está en Amboto llueve, cuando se encuentra en Aloña hay sequía y cuando está en la Cueva de Supelegor las cosechas son abundantes.
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