William Blake no fue solo un visionario y un revolucionario en la poesía, sino una persona en permanente contacto con las realidades que evocaba.
Ser el peregrino de los mundos fantásticos es sencillo, pero visitar las cenagosas planicies de la compasión seguramente no lo es. Menos simple es explicar ese curioso procedimiento por el cuál las lágrimas ajenas pueden convertirse en las propias.
¿Puedo observar el dolor de alguien
sin sentir con él la tristeza?
¿Puedo contemplar el pasar de alguien
sin intentar aliviarlo?
¿Puedo observar la lágrima derramada
sin compartir el dolor?
¿Puede un padre ver a su hijo llorar
sin someterse a la pena?
¿Puede una madre escuchar indiferente
el lamento de un niño, el temor de un infante?
¡No, no! ¡Imposible!
Nunca, eso jamás será posible.
¿Puede aquel que a todo sonríe
oír los gemidos del ave?
¿Escuchar a sus pequeños pesarosos y necesitados?
¿Escuchar el llanto de los niños que sufren?
¿Sin sentarse junto al nido
rociando de piedad sus pechos?
¿Sin sentarse junto a la cuna
vertiendo llanto sobre las lágrimas del niño?
¿Y no pasarse día y noche
secando nuestras lágrimas?
Oh, no, eso jamás será posible.
Nunca, nunca será posible.
Nos reserva a todos su alegría;
se transforma en joven;
se transforma en hombre compasivo.
También él siente dolor.
Piensa que eres incapaz de suspirar un suspiro,
sin que tu hacedor no esté a tu lado;
Piensa que no puedes llorar una lágrima
sin que tu hacedor no esté llorando.
Ah, nos otorga la alegría
que destruye nuestras penas.
Hasta que nuestro dolor se haya vaciado,
junto a nosotros se lamentará.
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