Este es uno de los casos más impactantes de Licantropía de toda la historia de Francia.
Esta serie de hechos escandalosos se produjeron en París, en 1.849.
En distintos cementerios ubicados en las afueras de París se hallaron tumbas profanadas. Al principio, el hecho fue atribuido a un grupo de estudiantes de medicina que solían comercializar cadáveres con la universidad. Sin embargo, las profanaciones no incluían saqueos ordenados, es decir, los cuerpos no habían desaparecido por completo.
En los ataúdes abiertos se hallaron rastros de piel, huesos y extremidades que parecían haber sido masticadas por alguna criatura salvaje.
Se realizaron rondas nocturnas y patrullas lideradas por cazadores, bajo la suposición de que los ataques había sido perpetrados por un lobo.
Los más prestigiosos cazadores declararon que en las cercanías de las tumbas efectivamente se habían encontrado huellas sobre la tierra blanda, pero ninguna correspondían con el andar de los lobos. Eran, de hecho, huellas humanas.
El cementerio de Père Lachaise, recibió un nuevo ataque por sorpresa del profanador a pesar de toda la vigilancia que custodiaba el lugar. En esta ocasión, se hallaron nuevos restos terriblemente mutilados.
Ya en el Invierno, se realizaron nuevos descubrimientos macabros en el cementerio de Montparnasse. Se decidió entonces, colocar hombres armados, ocultos entre las tumbas, para intentar atrapar al voraz profanador.
En Marzo aproximádamente, el vigilante nocturno del cementerio de Montparnasse, oyó un alarido inhumano en la oscuridad. Con gran cautela se dirigió hacia allí armado con un pico y abriendo los velos de la niebla nocturna con una linterna. Posteriormente, declaró haber visto a un hombre visiblemente herido saltando el muro del cementerio. No pudo ver su rostro, aunque sostuvo que vestía de forma militar. Al día siguiente, la policía realizó una investigación en el cuartel general de París. En la enfermería se identificó a un herido de bala, un joven oficial de regimiento de infantería que, sostuvo, que había sufrido un accidente con su arma reglamentaria. Su nombre era Bertrand.
Tras recuperarse del disparo, Bertrand fue juzgado por una corte marcial, donde lo confesó todo.
Bertrand, educado en Langres, había fracasado en su intento de cursar el seminario, de modo que a los veinte años, se inscribió en el ejército. Sus compañeros de armas lo describieron como un muchacho distante, proclive a sufrir repentinos ataques de depresión y melancolía.
En Febrero de 1.847, mientras paseaba con un compañero por el cementerio de Père Lachaise, visitó la tumba de una mujer enterrada en la víspera. Sintió entonces un deseo inexplicable de ver su rostro, de tocarla y de besarla. Con excusas se deshizo de su compañero y luego logró sustraer una pala de la casilla de los sepultureros. Protegido por la noche, Bertrand desenterró el cuerpo de la mujer. Finalizó el trabajo cavando con sus propias manos.
Bertrand realizó allí, sobre el cuerpo todavía íntegro de la muerta, las mayores atrocidades. Tras saciar sus impulsos repugnantes comenzó a sentirse mejor, de hecho, declaró luego, que se sentía espléndidamente, como revitalizado por una fuerza indescriptible que latía en su interior. Fue entonces que Bertrand alzó la mirada a la luna, fija en el cielo nocturno con un ojo sin párpados; y aulló como un lobo.
Ya poseído por la idea obsesiva de que era, después de todo, un Licántropo, Bertrand comió la carne de aquella pobre desgraciada, cuyo descanso se vio corrompido por los apetitos macabros de la bestia.
En los días sucesivos, Bertrand regresó al cementerio a la búsqueda de nuevos banquetes. Prefería cuando las condiciones eran adecuadas, los cuerpos de mujeres jóvenes y recién enterradas. Su dieta infernal incluía como plato predilecto el cuerpo de aquellas pobres mujeres que habían muerto en el parto.
El caso de Bertrand despertó la indignación pero también el interés mórbido de la opinión pública, Se editaron largas crónicas sobre los hábitos del Licántropo y cómo se cebaba en aquellos festines de mutilación y canibalismo.
Se le encontró culpable de doce profanaciones; sin embargo, al no ser juzgado por la justicia civil sino por una corte marcial que no albergaba en sus leyes mayores castigos para la profanación de tumbas, se lo sentenció solo a un año de prisión.
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