A las personas de la Época Victoriana les gustaba mucho viajar pero no todos tenían suficientes recursos económicos para tener su propio medio de transporte con lo cual el tren y el carruaje de caballos se convirtieron en los transportes preferidos.
Los carruajes recibieron el nombre de Omnibus siendo su modelo más famoso "De Tivoli", que hizo su primera aparición en las calles de Londres en el año 1960. El modelo tenía una cabina donde los viajeros iban sentados en bancos situados a ambos laterales del vagón. Todos los viajeros, fuera cual fuera su clase social, iban en el mismo compartimento.
Con el paso de los año, el Omnibus se convirtió en un transporte sofisticado que ya poseía grandes cabinas en las que había compartimentos de primera y segunda clase e incluso, en algunos más modernos, un compartimento separado para cada pasajero.
Al Omnibus, lo sustituyó el tranvía eléctrico, que conmocionó a la sociedad victoriana y cambió la vida en las ciudades con sus raíles y velocidad. Los primeros tranvías aparecieron en Londres en 1889. También el ferrocarril generó una fuerte adicción entre la sociedad victoriana y modificó el paisaje de la Gran Bretaña de entonces. En el primer momento, los trenes eran lentos e incómodos; todos los pasajeros fuera cual fuera su clase social, viajaban juntos. Con el paso del tiempo, los ferrocarriles se hicieron más sofisticados con vagones de primera, segunda y tercera clase. En los vagones de primera clase, se ofrecían servicios de restaurante y estaban decorados de manera elegante, incluso se podían reservar vagones privados.
La Reina Victoria, era una gran aficionada a viajar en tren, de hecho, era su medio de transporte preferido. El tren no solo le resultaba cómodo sino que, además, podía disfrutar de su querido paisaje británico. Sus vagones privados se caracterizaban por estar decorados en color azul que coordinaba sillas, sillones y cortinas al más puro estilo recargado victoriano.
Cómo en todas las situaciones que se daban en la Época Victoriana, el hecho de viajar estaba regido por protocolos específicos para cada ocasión. Estos eran algunos de los más curiosos:
-Un viajero victoriano experimentado, siempre estaba preparado para salir hacia su destino: compraba los billetes con antelación y siempre llegaba con una exquisita puntualidad, ni antes para no esperar y ni por supuesto, después para molestar a otros pasajeros.
-Intentará sentarse en la mejor posición posible dentro del vagón antes de que se llene tratando de escoger la mejor compañía para su viaje. Esa compañía depende del carácter del viajero. De todos modos, un buen viajero sabe que hablar durante el trayecto no es lo más adecuado. El ruido de las vías les obligaba a elevar el tono de voz con la consiguiente molestia para los conversadores y el resto de viajeros. Por lo tanto, la actitud más recomendable era disfrutar del viaje viendo sobretodo los paisajes, o bien leer un libro o un periódico aunque una buena siesta tampoco estaba mal. Por el contrario, un viajero con una conversación incansable sobre asuntos propios o comentarios intrascendentes e incomodar a los acompañantes con preguntas personales estaba considerado de muy mala educación.
-Entrar y salir del vagón de forma constante con cualquier excusa ya sea justificada o no, dejaba al viajero en mal lugar, sobretodo si el viaje es breve. Una persona victoriana debía de controlar sus impulsos y/o necesidades, manteniendo una actitud discreta en todo momento.
-Si un caballero bebe alcohol o fuma, se le clasificará como un gran desconsiderado.
-Comer en el vagón tampoco es educado, aún habiendo ofrecido compartir el tentempié con el resto de pasajeros ya que el olor a comida podía invadir el vagón molestando al resto de acompañantes.
-Los bolsos y maletas debían de estar colocados en un lugar donde no estorben al resto de viajeros. Las maletas grandes y baúles se ponían en compartimentos destinados al equipaje; mientras que los bolsos y maletines pequeños se pueden poner en la parte superior del vagón, bajo el asiento o lo más cercano posible a su dueño. Ocupar el asiento con equipaje es considerado de pésimo gusto.
-Un verdadero caballero, sea cual sea su edad, debía de ayudar a las damas con el equipaje. Del mismo modo, los caballeros más jóvenes deben de ayudar a los de más edad siempre y cuando el otro caballero de más edad solicite la ayuda o el joven caballero considere que el otro está en un apuro con su equipaje.
-La familiaridad entre damas y caballeros siempre debía de ser evitada en presencia de extraños. Si la actitud cariñosa se da ya sea entre enamorados o casados, se consideraría de igual inconveniente, hasta ridícula incluso ya que el vagón del tren no es el lugar adecuado para hacer gala de su amor.
-Un transporte de viajeros no es el lugar para discutir temas personales y muchísimo menos de índole romántica. Un hombre que actúe de ese modo nunca podría considerarse un verdadero caballero.
-Los viajes siempre eran un peligro para las muchachas jóvenes sobretodo si no viajaban en primera clase, ya que estaban expuestas al acoso por parte de hombres sin educación o al engaño por parte de otros con falta de escrúpulos que veían en las jóvenes una presa fácil. Así que, por este motivo, las jóvenes que no viajaran acompañadas de sus padres y hermanos, buscarán señoras de más edad como compañeras improvisadas de viaje.
-Igual que en la Actualidad, viajar con niños, sobretodo en viajes largos, siempre supone una cierta dificultad. Por motivo al aburrimiento de los niños, las madres victorianas siempre se ocupaban de antemano de tener un pasatiempo preparado para ellos. Una madre victoriana responsable tampoco olvidaría los kits de emergencia que consistían en un set de costura, ropa de cambio para los más pequeños, sales para los mareos y otros elementos de un pequeño botiquín de viaje.
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