A diferencia de otros poetas del Romanticismo, William Allingham no desea ser enterrado en un cementerio, ni siquiera aspira que sus visitantes le rindan honores en el camposanto de una iglesia. Por el contrario, su ambición es el musgo rastrero de las tierras de Irlanda y el eco lejano de los caminantes que atraviesan los campos. Sin duda, es de los mejores poemas del escritor.
Lejos de la iglesia cava su tumba,
En un montículo verde detrás de las hojas,
En el oeste y el ocaso, en un mar de nubes rojas,
Allí erige su roca húmeda,
Con letras y números mortales,
Un arpa y un manojo de flores
Cortando en la tarde todos los colores;
Entonces la deja libre en los vientos que soplan,
Al paciente musgo que se arrastra, que devora,
La abandona en las alas errantes,
En los pasos furtivos de los caminantes.
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