John Donne ha imaginado a un fantasma ciertamente perturbador. Este fantasma es celoso. Pero lo que a simple vista puede sonar irrisorio; en verdad no lo es. Es el propio espectro de John Donne, es cruel, despiadado, vulgarmente atroz. Odia la vida que ha dejado detrás, la vida que su amada aún disfruta descaradamente, y temeroso de que ella reanude los placeres mundanos, la envuelve en fantásticas alucinaciones.
Lo que más inquieta de este poema no es el carácter celoso del fantasma, sino su falta de compasión, y que producto de ello su amada evite caer en la tentación de compartir su lecho con otro, privándolo de anhelada venganza.
Cuando por tu despecho, ¡oh inmoladora!, esté muerto,
y libre te creas ya de todos mis asedios,
vendrá entonces mi espectro hasta tu lecho
y a ti, vestal farsante, en ajenos brazos te hallará.
Dudará entonces tu enfermiza llama,
y aquel, tu entonces Dueño, fatigado ya,
si te mueves, o intentas alzarlo con pellizcos,
pensará que clamas por más,
y en simulado sopor te rehuirá,
y entonces, álamo tembloroso, menospreciada, abandonada,
te bañarás en gélido sudor de azogue,
espectro más real que el mío propio.
Lo que diré no he de decirlo ahora,
no vaya a eso protegerte. Desvanecido ya mi amor,
antes quisiera verte con dolor arrepentida
que, por mis amenazas, inocente.
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