El autor con este poema propone un debate delicado: La actitud de un enamorado ante un rechazo.
Los dolores del amor suelen ser espontáneamente vulgares. Son pocos los que logran transitar la pena con cierto refinamiento, y los que lo consiguen, son por lo general lo suficientemente imbéciles como para ignorar su desdicha en beneficio de una dudosa dignidad.
Sufrir por la pérdida de un amor es natural, y su consecuente llanto y abatimiento también lo son; pero la dignidad ante el dolor más abyecto consiste en una sola cosa: Hacerlo en soledad.
Quien nos abandona no necesita contemplar nuestras lágrimas, aunque le pertenezcan. El llanto sólo merece ser compartido con quien nos ama.
Dadme más amor o más desprecio;
Lo helado, o el más ardiente calor,
Traen igual calma a mi dolor;
Lo templado nada me brinda;
Cualquier extremo, de odio o amor,
Es más dulce que cualquier delicia.
Dadme una tormenta, si es amor,
Al igual que Dánae en aquel baño dorado,
En placeres he de nadar; si muestra desdén,
Aquel torrente devorará todas mis esperanzas;
Y su recinto en los cielos
Será sólo uno de muchos anhelos.
Entonces corona mis alegrías, o cura mi dolor;
Dadme más amor o más desdén.
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