Originalmente, el Vampiro se alimenta de sangre humana siempre, ya que es el elixir que les da la vida.
Durante la Edad Media, se creía que los Vampiros comían únicamente la carne descompuesta de los muertos, incluso que roían tibias y que preferían estos manjares por encima de la sangre de los vivos.
De hecho, abundan los relatos de Vampiros que se entretienen en roer sus propias extremidades en las largas horas de hastío de la tumba.
A mediados de la Edad Media, se comenzó a hablar de Vampiros que bebían sangre, despreciando otros fluidos y tejidos humanos.
Beber únicamente sangre es un refinamiento propio de la Literatura, no de la leyenda; salvo algunos casos aislados donde se denuncia la presencia de Vampiros con necesidades alimentarias que se ajustan a algún trauma de su historia personal.
Con la llegada de los Vampiros a la Literatura Gótica, empezó a hablarse de estos seres como bebedores de sangre y no como simples carroñeros de ultratumba.
Uno de los primeros ejemplos de Vampiros que beben sangre es en la novela Varney El Vampiro, O El Festín De Sangre de Thomas Peckett Prest.
Después llegó Carmilla, de Sheridan Le Fanu, pero sobre todo con Drácula de Bram Stoker, los que determinaron un cambio radical en la naturaleza de los Vampiros.
Se volvieron más refinados, más civilizados; perdieron radicalmente aquella naturaleza tan bestial, anómala, permitiéndoles guardar la compostura entre los mortales salvo que detectaran una pequeña gota de sangre.
El simbolismo de la sangre y los Vampiros, es bastante claro y no necesita mayores interpretaciones. Pero la ausencia de sangre en las viejas leyendas de Vampiros, responde a una economía de recursos. El concepto que buscaban reflejar ya era lo suficientemente claro como para recurrir a tales astucias.
Hay que recordar que las leyendas de Vampiros estos seres son bastante desagradables, literalmente muertos que caminan y se mueven bajo las sombras de la Noche, buscando cadáveres, ratas y viejos huesos para roer.
El horror que desprendían era visible y no ofrecía dudas, de forma que acentuar su naturaleza diabólica a través de un rasgo menor, como lo es beber sangre, no solo resultaba peligrosamente redundante sino procaz.
La sangre solo se volvió importante cuando los Vampiros fueron perdiendo sus características bestiales y quizás para sobrevivir, adoptaron los hábitos de sus presas, en este caso, el ser humano. Entonces, empezaron a beber sangre regularmente.
Podemos pensar que, en cierta forma, se trata de una evolución; es decir, el depredador que cambia de forma radical sus estrategias de cacería para adaptarse a los nuevos tiempos.
Esta metamorfosis del Vampiro hacia una forma de humanidad inarticulada no evidencia directamente sus características diabólicas, por el contrario, las oculta.
Solo en la sangre, en esa sed inapelable que no es otra cosa que un llamado a las raíces, a regresar a los instintos primarios del depredador nocturno, donde queda de manifiesto que los Vampiros son, en definitiva, lo que nunca debieron dejar de ser.
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