El poema nos ubica junto a una mujer encerrada en un manicomio, que desemboca en un descubrimiento insólito relacionado al amor en el encierro.
Una extraña ha venido
a compartir mi cuarto en esta casa que anda mal de la cabeza,
una muchacha loca como los pájaros,
traba la puerta de la noche con sus brazos, sus plumas.
Ceñida en la cama revuelta
alucina con nubes en esta casa a prueba de cielos,
hasta alucina con sus pasos este cuarto de pesadilla,
libre como los muertos
o cabalga los mares imaginarios del pabellón de hombres.
Ha llegado posesa
la que admite la alucinante luz a través del mundo saltarín,
posesa por los cielos
ella duerme en el canal estrecho, hasta camina el polvo,
hasta desvaría a gusto
sobre las mesas del manicomio adelgazadas por mis lágrimas.
Y tomado por la luz de sus brazos, al fin, mi Dios, al fin
puedo yo de verdad
soportar la primera visión que incendia las estrellas.
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