Una de las formas más utilizadas para atraer a un vampiro consistía en elegir a un niño o a una niña, lo suficientemente jóvenes como para ser vírgenes y sentarlos en un caballo de color negro, que fuera casto y que no hubiera tropezado nunca.
Se llevaba el caballo al cementerio y se lo hacía pasar entre las tumbas sospechosas de albergar un No Muerto. Si el caballo se rehusaba a pasar sobre una de ellas era una clara señal de que allí estaba enterrado un vampiro.
Acto seguido se sentaba a los niños sobre la lápida y luego se les llevaba a un lugar seguro. Cuando cayese la noche, el vampiro seguiría el rastro dejado por los niños; y de este modo caería en una trampa letal.
(Esta creencia está muy bien descrita en el libro de Anne Rice, Entrevista con el Vampiro (Interview With a Vampire)).
Algunos folkloristas sostienen que originalmente las lápidas no tenían el propósito de ilustrar sobre la vida pasada del difunto, sino que era un método para impedir que los vampiros se levanten de sus tumbas.
Existen otros métodos más modernos para atraer a los vampiros; los cuales consisten en aplicar inversamente los ritos tradicionales para alejarlos.
Así como los vampiros odian el ajo, adoran en cambio el aroma de las amapolas. Estas flores los llevan a cometer incluso toda clase de imprudencias para obtenerlas.
En los mitos de Europa del Este encontramos muy pocos remedios más tradicionales para convocar a los vampiros, ya que en esa zona los vampiros suelen ser poco agradables y de existencia miserable. Voltaire incluso se burlaba de los vampiros diciendo que la creencia de vampiros es directamente proporcional a la ignorancia de los pueblos que profesan su fe. Pero en la cultura de la Europa de Voltaire, las leyendas fueron ganando pequeñas contradicciones y desarreglos que aumentaron lentamente la creencia en los vampiros.
Se empezó a considerar que los vampiros pueden ingresar en una habitación solo cuando la víctima los invitaba.
No era necesaria la ausencia de objetos religiosos. Los vampiros no le tienen miedo a ningún símbolo sagrado. Sólo los aborrecen cuando las cruces y relicarios operan como catalizadores en manos de personas con probada fe.
Las rosas producen en los vampiros un fuerte rechazo, especialmente las rosas blancas. Tampoco es recomendable tener un recipiente de agua en la habitación, ya que los vampiros no pueden cruzar ningún lugar que esté marcado por agua.
El vampiro necesita una invitación para entrar en una casa y necesita otra invitación para abandonarla. Los vampiros suelen alimentarse visitando la habitación de sus víctimas, pero nunca les dan muerte porque necesitan la autorización para irse de allí.
Si la víctima del vampiro es una mujer estos deben de complementarse: Él leerá sus deseos más recónditos y saciará todos sus apetitos a medida que bebe su sangre. Ella le ofrecerá el cáliz de su cuello, se irá diluyendo entre sus abrazos, pero el placer será apenas una anticipación, un preludio, jamás terminará de consumarse; y cuando la sombra del vampiro abandone el lecho, la dama creerá haber tenido un sueño espantoso, sentirá sobre sus labios los ecos de un beso frío, helado como la tumba; su cuerpo temblará, sus dedos recordarán la textura etérea de un cuerpo lívido que se niega a permanecer en la memoria.
Nadie que haya sido mordido por un vampiro recordará la experiencia y mucho menos el rostro de él. La noche será como una pesadilla agitándose en un rincón inaccesible de la mente.
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