La autora insinúa aquí que existe un bien aún más preciado que la vida. Imagina que después de su muerte, el dolor de su esposo será tan intenso que ningún placer mundano logrará arrebatárselo.
Entonces Elizabeth formula un deseo: Tener el poder de darle la espalda al Cielo, de rechazar todas las ofrendas de felicidad y alegría solo para convertirse en la sombra de su marido.
¿Es verdad que de estar muerta sentirías
menguar tu vida sin la mía?
¿Qué el sol no brillaría igual que antes
sabiendo que mi noche es el sepulcro?
¡Qué asombro, amor mío, cuando vi
en tu carta todo eso! Yo soy tuya,
Pero... ¿tanto te importo? ¿Cómo puedo
servir tu copa con mi mano trémula?
Renunciaré a los sueños de la muerte
volviendo a las miserias de vivir.
¡Ámame, amor, tu soplo resucita!
Otras cambiaron por amor su rango,
y yo por ti el sepulcro, la dulzura
celestial por la tierra aquí contigo.
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