Al cerebro le gustan las figuras retóricas, especialmente aquellas que estimulan el área frontal.
Basta con dos palabras con significado opuesto que al unirse originan algo imposible, por ejemplo: nieve negra.
La poesía cuando es buena y abunda las figuras retóricas, genera un tipo de actividad cerebral única.
Al parecer, el cerebro presta una atención especial a algunas figuras literiarias; desde luego, no todas tan "felices" como las que transitan el hecho poético. A menudo una frase o aforismo, logran el mismo efecto.
Al cerebro le gusta la poesía por una razón muy simple: para procesar la información de una metáfora, el cerebro utiliza más recursos de lo habitual y no los empleados para descifrar un cartel publicitario, 50 Sombras de Grey o Crepúsculo.
En cierta forma, se puede decir que la poesía ayuda a las personas a pensar más y mejor.
La poesía estimula al cerebro más y mejor que las imágenes, porque en muchos casos debe procesar cosas que no existen.
Alguien podrá decir que en el cine se ven cosas que no existen, lo cual es cierto, pero no para el cerebro. Lo que captan nuestros ojos, aún en una pantalla de cine, nunca desafía a nuestro cerebro, precisamente porque lo visual no puede ser una abstracción.
El cerebro necesita esforzarse para procesar las grandes abstracciones que proceden de las figuras retóricas porque éstas no existen ni provienen del registro visual.
Y no solo eso, las figuras retóricas que florecen en la poesía desafían otras regiones del cerebro, mucho más de lo que puede hacerlo la narrativa o el cine.
En cualquier caso, la poesía es un excelente ejercicio para nuestro cerebro, y lo que es mejor aún, un ejercicio que genera hábito.
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