Elizabeth Siddal ha imaginado el fantasmagórico retorno de un amante muerto, acaso evocado por las noches largas y penosas de su dama. De él no conocemos nada, jamás dirá una palabra; sólo que al volver al lecho tomará la cruz de su cuello y barrerá sin culpas el aliento de su vida. Casi como un vampiro silencioso arrancado de una perdida e inexistente balada.
Muchas millas sobre el campo y el mar
Hasta que mi amor pudo retornar,
De sus palabras no tengo recuerdos,
Sólo el de los árboles y el gemido del viento.
Y arribó listo para tomar sin daño
La cruz que he cargado por años,
Pero las palabras llegaron lentas
De aquellos fríos y mudos labios.
¿Cómo sonaban mis palabras lentas y plenas,
En aquel gran corazón que me amó en la pena,
Venido a salvarme del odio y el dolor
Y a confortarme con su delicado amor?
Sentí al viento golpeando frío, gélido,
Y a la bruma roja acariciar la puerta;
Sentí que el hechizo que sostenía mi aliento
Se quebraba, viviendo siempre muerta.
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