Es uno de los grandes poemas de John Clare, fue escrito durante su estancia en un manicomio, donde permaneció hasta el día de su muerte. John Clare, era prisionero de sus propias alucinaciones, muchas y muy variadas, pero no fue un paciente violento, de tal manera que nunca se le encerró lo que le permitía pasear por los jardines del sanatorio. Este poema, es en esencia, el dolor infatigable de aquellos años, en la voz de un hombre vencido por las circunstancias.
Perdí el amor de los cielos encima;
y rechacé la lujuria de la tierra debajo;
sentí la dulzura del amor imaginado
y el infierno mismo fue mi único enemigo.
Perdí las alegrías banales pero sentí el resplandor
de la llama celeste que habita en mí:
hasta que la gracia y yo engendramos
al bardo de la inmortalidad.
Amé, pero la mujer se marchó,
y me oculté en su desvanecido renombre,
arranqué del sol su eterno esplendor
y escribí hasta que la tierra no fue sino un nombre.
En todas las lenguas del orbe,
en todas las orillas, sobre todos los mares,
di mi nombre al nacimiento inmortal
y guardé mi espíritu con los libres.
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